PANEL DE EDUCACIÓN ESPECIAL

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Bienaventurad@s los que comprenden mi extraño paso al caminar y mis manos torpes. Los que saben que mis oídos tienen que esforzarse, para comprender lo que oyen. Los que comprenden que aunque mis ojos brillan, Mi mente es lenta. Los que miran Y no ven la comida que dejo caer fuera del plato. Los que con una sonrisa en los labios, Me estimulan a tratar una vez más. Los que nunca me recuerdan que hice hoy dos veces la misma pregunta. Los que comprenden que me es difícil convertir en palabras mis pensamientos. Los que me escuchan pues yo también Tengo algo que decir. Los que saben lo que siente mi corazón aunque no pueda expresarlo. Los que me respetan, Y aman como soy, tan solo como soy, y no como ellos quisieran que fuera. Y… Bienaventurados Todos aquellos que me ayudan En mí peregrinar Hacia la casa del PADRE CELESTIAL.



Evidencias Fotograficas

marzo 20, 2010

EFECTO PIGMALIÓN


"Nuestros buenos y malos alumnos"


Sobre fines de la década del sesenta, el sociólogo Robert Rosenthal, realizó el siguiente experimento: reunió a los maestros de una escuela y les mostró un test realizado entre sus alumnos, que indicaba que algunos eran más "brillantes" que otros. "De estos alumnos pueden esperar grandes resultados", les aseguró. En realidad -y respondiendo a los objetivos del experimento- ese test fue simulado por Rosenthal, para inducir a los maestros a pensar que determinados alumnos tenían más potencial que el resto. Al cabo de ocho meses, los “brillantes” obtuvieron mejores calificaciones que el promedio de la clase. El estudio demostró que los maestros les habían brindado más atención, más apoyo, más tiempo y más retroalimentación. Aquellos niños no se destacaron por ser inteligentes, sino porque sus maestros creyeron que lo eran.
Las conclusiones del estudio de Rosenthal, en cuanto al efecto de nuestra mirada y nuestras expectativas sobre nuestros alumnos, ingresaron a la literatura educativa mundial como “efecto Pigmalión” (1).
Los estudios sobre el “efecto Pigmalión” nos obligan a pensar seriamente en el tema de nuestro modo de mirar a nuestros alumnos. Tenemos claro que nuestra mirada tiene efectos sobre la vida educativa de los chicos, sobre nuestro modo de trabajar con cada uno, sobre los vínculos que establecemos con ellos.
¿Todos tenemos alumnos preferidos y otros con los que nos cuesta vincularnos? “Ahora que no nos escucha nadie” podemos decir que, obviamente, a todos nos cuesta la relación con algunos de nuestros alumnos y tenemos una relación más próxima con otros. Porque, en caso contrario, la relación tendría que ser muy fría y profesional, en el peor sentido de la palabra.
El vínculo docente - alumno es un vínculo humano, y como tal, tiene lazos de afecto, de trabajo, de poder, de autoridad, entre otros. Hay chicos y chicas en los que vemos cosas nuestras que no nos gustan o cosas muy opuestas a como nos vemos a nosotros mismos, o chicos que desafían nuestros aspectos más débiles, otros que hacen las cosas que a nosotros nos gusta ver en una persona, etcétera. Lo cierto es que muchas de las características personales de los chicos, de sus padres, del lugar que ocupan en el grupo, entre otras, hacen que nuestra mirada construya el prejuicio que tenemos sobre ellos.
Y no está mal que tengamos prejuicios, el problema surge cuando automáticamente se vuelven juicios. Cuando no logramos trabajar con ellos, los incorporamos definitivamente, y comienza a actuar el “efecto Pigmalión”. Los sancionamos o los premiamos por nuestras expectativas y no por sus esfuerzos, sus resultados, sus valores.
¿Cómo trabajar con los prejuicios? En primer lugar, es difícil que hagamos esto solos, porque nos cuesta verlo, los tenemos demasiado incorporados. Necesitamos que alguien nos ayude. Lo ideal es que sea el director, pero puede ser la gente del gabinete, un compañero de trabajo y hasta puede llegar a ser una amiga o amigo. Esa persona será condecorada con el grado de “control personal nuestro”.
Debemos repasar con esa persona nuestro diagnóstico sobre cada uno de nuestros alumnos, expresado con la mayor sinceridad y al mayor detalle. Incluyendo expresiones como “lo mataría cuando hace eso” o “me encanta que me diga…”. Lo objetivo y lo subjetivo. Todo. Nuestro control debe ser capaz de advertirnos cuando percibe que hay elementos de nuestro diagnóstico que no tienen que ver demasiado con los chicos, sino con nuestra cabeza, esas situaciones en las que le estamos atribuyendo una cualidad que no está en ellos sino en nosotros.  Es bueno recomendarle a nuestro control que preste más atención a los prejuicios negativos que a los positivos. Y es bueno que nosotros trabajemos más sobre los alumnos con los que nos cuesta más, los otros se están viendo beneficiados, en general. Es bueno que pensemos por qué nos molestan esas cosas que el control nos está señalando como prejuicios. Y más allá de verlas, debemos encontrar el modo de cambiarlas. Sin embargo solamente el hecho de reconocer que existen y que son prejuicios, será un enorme paso adelante, hará que empecemos a prestarle atención de otro modo. De todas formas debemos trabajar para entenderlas e intentar que se transforme nuestra mirada.
Luego, es interesante que hagamos el ejercicio de encontrar uno o varios atributos positivos de cada uno de nuestros alumnos. Todos los tienen aunque nos cueste trabajo pensarlo, en el caso de algunos chicos. Para hacer este ejercicio es bueno repasar la idea de las inteligencias múltiples de Howard Gardner (2), codirector del Proyecto Zero en la Escuela Superior de Educación de Harvard. Más allá de detalles, Gardner desarrolla la idea de que no existe una inteligencia sino varias, vinculadas a nuestra capacidad de resolver problemas de la realidad. En principio, cita las inteligencias lingüístico-verbal, lógico-matemática, musical, espacial, científico-corporal, interpersonal, intrapersonal, naturalística. Más allá de que puede resultar interesante profundizar la teoría, nos acerca a la idea de buscar “buenos” alumnos en aspectos diferentes.
Hemos crecido con la idea de que hay un solo tipo de buenos alumnos, en el sentido tradicional. En cambio es bueno reconocer que hay chicos con potencialidad para el arte, otros para la ciencia, otros para la relación con otras personas, otros para lo físico, otros para la comunicación, etcétera. Lo importante es que cada alumno encuentre “la ventana” por la cual salga al mundo a explotar sus fortalezas.
Volviendo al efecto Pigmalión, nuestra mirada tiene mucho que ver con encontrar ese potencial desarrollarlo. Ojo! No somos los únicos responsables: también jugará un papel importante la mirada de sus compañeros, padres, vecinos, etcétera. Pero nuestra mirada puede ser “el faro” que ilumine y descubra el “tesoro” de cada uno.
En síntesis, no somos objetivos en la relación con nuestros alumnos y eso no está mal. Lo que está mal es que no trabajemos sobre nuestra subjetividad ni sobre la idea de que tenemos que encontrar “la ventana” de cada alumno.
En el fondo, ése es el gran secreto de la educación...  y es lo que la hace maravillosa. 
(1) En la mitología griega, pigmalión era un rey chipriota que mientras esculpía la estatua de una mujer se enamoró de ella y creyó que era la más hermosa de la tierra.
(2) Howard Gardner, Inteligencias múltiples, Paidos 1999.

Lic. Gustavo Laies